El Club Silencio y el vacío de la Plaza (a propósito de El susurro de Tatlin)
En una memorable escena de Mulholland Drive, las protagonistas entran al Club Silencio cuando, desde el escenario, un mago advierte sobre lo ilusorio de las representaciones. "No hay banda", se escucha en el teatro. "No hay banda", resuena para mí en estos días en que he intentado acompañar El susurro de Tatlin #6, iniciado por Tania Bruguera cerca del 30 de diciembre y en torno a la Plaza de la Revolución.
"No hay banda" podría señalar la escasa conectividad desde la isla; ese limitado acceso a Internet que ciertamente ha sido un obstáculo para la recepción local de la convocatoria. Nadie se enteró, nadie escuchaba. Sin embargo, en ausencia de esas redes de comunicación, el rumor ha sido en Cuba un arma poderosa. Fue a través del rumor, y de un par de carteles, que se extendió en septiembre de 1989 la convocatoria al Juego de pelota en el que participaron buena parte de los artistas, críticos, curadores, estudiantes y otros agentes del campo artístico cubano. En una comparación apresurada de esos gestos, reclamos ambos de libertad de expresión, no puedo evitar una lectura pesimista del momento presente: "No hay banda".
Releer el pasado para imaginar otro futuro posible. Convocar en episodios como el de "La plástica joven se dedica al béisbol" la posibilidad de una manifestación colectiva y política. Eso intentaba en un texto reciente1 en torno al Juego de pelota y algunas obras, exposiciones y contextos de 1989 en Cuba. Pero esa escena ha cambiado demasiado desde el exilio de una generación casi completa de artistas y la consolidación de un mercado del arte que los ochenta desconocían. No obstante, creo que volver al Juego de pelota en relación con la reciente convocatoria impulsada por Tania Bruguera puede ayudarnos al menos a interrogar el silencio.
Si el Juego se produjo como reacción a varios episodios de censura de exposiciones y proyectos, fue también posible por la existencia de una comunidad artística que compartía preocupaciones, debates, estrategias críticas y que para 1989 era capaz de reconocer un mismo malestar y ensayar un posicionamiento común. De algún modo, el implícito reclamo de libertad de expresión que supuso el Juego de pelota se amplifica hoy en El susurro de Tatlin. Pero del estadio Echeverría a la Plaza de la Revolución hay un gran salto, como el que va de la metáfora a la literalidad, de la crítica oblicua a la frontal, de la curva a la recta del pitcher, de la ambigüedad a la franqueza, del antagonismo con la institución arte al reclamo de participación política.
El susurro de Tatlin es una acción artística que nos interpela en primera instancia como ciudadanos. A partir del anuncio, el pasado 17 de diciembre, del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, Tania Bruguera publicó una carta dirigida a Obama, Raúl Castro y el Papa Francisco en la que demandaba como cubana un espacio de participación en las decisiones que afectan nuestras vidas. Hacia el final del documento, la artista invitaba a una actualización simbólica de su performance El susurro de Tatlin # 6, realizado en el Centro Wifredo Lam en el marco de la X Bienal de La Habana de 2009. La obra disponía entonces un podio, un micrófono y un minuto sin censura para quien quisiese tomar la palabra, además de una paloma blanca, dos personas con traje militar y 200 cámaras fotográficas. Esta vez, el dispositivo se reduciría a un micrófono abierto por 90 minutos en la Plaza de la Revolución el 30 de diciembre a las 3 de la tarde. La detención previa de la artista y de casi setenta personas redujo –o más bien amplió- la performance a una idea.
Esta vez el arte político quiere interferir en el orden de las cosas, trastornar el lugar asignado de quién tiene la capacidad de hablar, en qué momento y lugar, qué discursos se escuchan y cuáles permanecen como ruido. Aunque la acción no se realizó, no hay duda de que sus efectos aún están en marcha. En mi opinión, uno de los más significativos tiene que ver con la interpelación como sujetos políticos que nos hace a cada cubana y cubano. No sin cierta dosis de violencia, El susurro de Tatlin nos fuerza a tomar partido. "Lo que se abre ante el poder –escribía recientemente el crítico Juan Antonio Molina- es un espacio simbólico en el que toda intervención es una forma de participación"2 . Más allá del emplazamiento al Estado, creo que el "aldabonazo"3 que ha dado Tania Bruguera nos concierne a todos. Sin embargo, parece difícil articular un "nosotros" en un espacio social fracturado, en el que la sospecha se impone a la confianza y en el que prevalece el interés de cada uno antes de cualquier idea de lo común. Ese abandono de lo colectivo es manifiesto en el campo artístico cubano, dentro y fuera de la isla.
En la tarde del 30 de diciembre el medio oficialista "Cuba hoy" filmó un vídeo celebrando su Plaza de siempre y sus habituales turistas fotografiándose con José Martí, Camilo Cienfuegos o el Ché como paisajes de fondo: "Lo insólito –decían con increíble cinismo- es que algunas personas y periodistas de la prensa extranjera se creyeron la farsa de Tania Bruguera y su equipo: ¿alguien los ve?, porque yo no los veo". La plaza y la revolución como souvenir político: eso es visible. Pero lo que propone El susurro de Tatlin no es sólo la reapropiación simbólica de la plaza, el micrófono, el podio, el lugar de enunciación, sino el devenir plaza, ágora, espacio democrático de un lugar hiper-ideologizado pero vaciado de política. Un sitio donde se coreografía la política pero no se ejerce. Nadie vio la performance de Tania Bruguera y sin embargo tuvo lugar. Aún en su imposibilidad, el gesto impulsado por la artista y por la plataforma #yotambiénexijo hizo al menos pensable otra plaza y la toma de la palabra por cualquiera. Exigiéndome un poco de esperanza, vuelvo a la película de David Lynch y resuena ahora: "No hay banda, and yet we hear a band".