1848 puede ser entendido como un momento de cambio de paradigma a partir de los movimientos revolucionarios y obreristas europeos. Este año y 1989 son recuperados como momentos densos de articulación entre arte y política por el proyecto Los usos del arte de L'internationale. A mediados del siglo XIX nacía la idea de socialismo, Marx publicaba el manifiesto comunista y se construía el concepto de "América Latina" como pulsión por una segunda independencia del continente. A ambos lados del atlántico, el Nuevo Imperialismo construía paralelamente una imagen científica de inferioridad de la otredad que no era parte de la ciudadanía blanca. El positivismo científico y el racismo biológico propulsados, entre otros, por el Conde de Gobineau con el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853) tuvieron efectos nefastos.
Las Exposiciones Universales, los zoológicos de humanos americanos, asiáticos y africanos y el llamado Reparto de África, fueron las expresiones más explícitas de este sistema que no sólo establecía una división entre norte y sur, sino que ya entonces proponía un sur dentro del propio norte: un "cuarto mundo" fundado en la pigmentocracia. Tras la abolición de la esclavitud explícita, a la sociedad civil europea del siglo XIX se le enseñaba al negro o al indio desde el divertimento exotista, como ocurrió en Madrid y Barcelona con la exposición de Ashantis, Inuits y filipinos, nunca incluidas en las lecturas europeas centrales del asunto.1 Los zoológicos humanos exhibían al sujeto racializado como intelectualmente inferior y sexualmente animal, en la senda del pensamiento de Gobineau pero también del Hegel de la Filosofía de la historia.
La distinción postcolonial del sistema moderno/colonial ha establecido una división geográfica entre territorios metropolitanos que han sustentado el poder/saber y territorios coloniales donde operaba la explotación económica, ecológica y humana. Aquí proponemos que la visibilizaión de este "cuarto mundo" en un sentido próximo a cómo Silvia Rivera Cusicanqui ha entendido el colonialismo interno, permite pervertir esta distinción geopolítica.2 Como las exposiciones humanas bien lo demuestran, Europa ha vivido al menos desde el siglo XIX un proceso donde lo colonial se ha convertido en una dimensión interna de lo metropolitano que afecta a la gestión misma de la vida y la muerte. Desplazar la línea divisora entre centro y periferia según esta perspectiva permite activar la consciencia crítica sobre la larga memoria histórica de esa división racial del mundo construida y ocultada por y en Europa, y que sigue operando con diferentes intensidades en lo contemporáneo.
A través de los medios de comunicación, la sociedad europea del siglo XXI necrocapitalista se ha fundado en la sobreexposición de esa diferenciación con un afuera que se intenta expulsar. La conformación de la Comunidad Económica Europea en la década de los 1980s perpetuó el mito geopolítico europeo a partir de la cerca que marca el límite físico del bunker europeo. Suavizando el conflicto con ese "cuarto mundo" ya habitante en Europa a través de políticas multiculturales, la "comunidad" se protegía del "nuevo" otro racializado que intenta entrar a partir de la muerte. La nueva frontera europea construyó zonas carcelarias ocultas en los aeropuertos que no responden a los "no lugares" de Marc Augé, mientras el espacio del mar y las pateras que lo intentan cruzar fue delimitado por las vallas fronterizas en el norte de África. En estos espacios en la frontera opera una ideología necropolítica: una política de la vida para el europeo, una política de la muerte para el extranjero.
El derecho a disponer de la vida del otro está marcado por dos ficciones entrecruzadas: el racismo y la xenofobia. Recientemente, junto a Carolina Bustamante, curé la exposición Crítica de la razón migrante en La Casa Encendida de Madrid. En ella dábamos cuenta de la pervivencia de estos sistemas de muerte articulados con la larga memoria colonial española, intentando situar el problema no en una reflexión abstracta sino que en políticas, legislaciones y construcciones culturales operantes en un sistema cultural. Dentro de los trabajos incluidos, con diferentes estrategias, Miguel Benlloch, Rogelio López Cuenca y Magdalena Correa dieron cuenta de la muerte tanto en la costa andaluza como en las colonias que el Estado español sigue teniendo en África: las Islas Canarias y las ciudades de Ceuta y Melilla. López Cuenca, a partir de la apropiación de imágenes y textos de los medios de comunicación y la vida cotidiana, ha trabajando la pervivencia de estos sistemas desde finales de los años 1970s.
Otros artistas han develado también los dispositivos de control y reclutamiento que operan dentro de este necropoder. Lucía Egaña lo hizo desde la parodia con su performance de interacción social Miss Espanya, donde travestida con los clichés de la cultural española enfrentaba esta imaginería al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barcelona. Por su parte, Daniela Ortiz y Xose Quiroga han realizado denuncias de casos concretos de muertes de inmigrantes en sus procesos de deportación, en los CIEs y las redadas racistas en las calles de las principales ciudades españolas. La urgencia de este asunto en la España europeizada que ha visto nacer y morir en pocos años su sueño centralista, ha sido abordada también desde diferentes iniciativas ciudadanas como la Campaña Estatal por el cierre de los CIE, la Asociación sin Papeles, Yo Sí. Sanidad universal o Territorio Doméstico, que han intentado resistir a estas estrategias de un terror necropolítico racializado.3 Quisiéramos entender a éste como una continuación y fortalecimiento de formas que históricamente han operado en Europa en su invención como centro superior a las ex colonias.
Las redadas racistas en las calles son una muestra clara de que la frontera opera no sólo en la visualidad de las vallas y las costas que han sido espectacularizadas por los medios de comunicación, sino que también está en la vida diaria. Esto ha operado a través de dispositivos institucionales de represión pero también en lo que Philomena Essed ha denominado como "racismo cotidiano". Las muertes ocurrida los últimos años del nigeriano Osamuyi Akpitaye, el marroquí Mohamed Abagui, la congolesa Samba Martine, el armenio Alik Manukyan y más recientemente de la nicaragüense Jeaneth Beltrán, son casos reales y fehacientes de la perpetuación de esa frontera racial en la que habitamos a diario como forma de controlar a quien, por derecho de sangre, no pertenece a "este lado" de la línea abismal.4
Denunciar y reinventar la frontera interna que construye el cuarto mundo es así la necesidad urgente de quien pretenda proponer a Europa como un territorio democrático y no pigmentocrático. La práctica de investigación artística y curatorial en su desbordamiento de esos espacios es una herramienta más que permite desplazar las fronteras como ficciones asesinas: el lugar físico y material de la frontera, pero también su dimensión histórica que es la que alimenta la validación cultural y diaria de la distinción entre la consagración del derecho a la vida de unos y su eliminación jurídica y cotidiana de otros.