El pasado 8 de marzo, millones de mujeres, convocadas por el movimiento feminista, tomamos las calles de ciudades y pueblos del estado español. Muchas de nosotras, además, habíamos secundado la huelga convocada por los sindicatos. Fue uno de esos días de catarsis que se nos quedará grabado dentro, uno de esos momentos en los que la política, los cuerpos y la Tierra se encuentran, adquiriendo una fuerza indescriptible, positiva e imparable.
La huelga y la manifestación venían preparándose desde hacía un año. Se crearon comisiones del 8 de marzo en ciudades, barrios y pueblos. En ellas, muchas mujeres compartieron los malestares, las injusticias y las violencias que el heteropatriarcado capitalista impone en las vidas cotidianas, no sólo de las mujeres, sino en la de todas las personas e incluso en las del resto del mundo vivo.
El éxito de la huelga feminista y la manifestación tuvo mucho que ver con cuidado puesto en el larguísimo proceso de preparación. La apertura, flexibilidad y frescura del proceso consiguió aglutinar a trabajadoras del hogar, jubiladas, estudiantes, asalariadas precarias, bolleras, trans, migrantes, ecologistas, a quienes luchan por la vivienda y contra la pobreza energética, etc. El apagón informativo de las mujeres periodistas, llevó al espacio público de los medios de comunicación lo que se pretendía mostrar: el enorme vacío que se crea cuando las mujeres no están. Las múltiples manifestaciones artísticas – canciones, performances, instalaciones, carteles, teatros, etc.- multiplicaron el repertorio de lenguajes y mensajes con los que llegar a los escenarios más sofisticados de las urbes y a los rincones más invisibles de pueblos y barrios marginales.
La movilización impugnaba un modelo social y económico que le ha declarado la guerra a la vida, que no reconoce la base material y relacional que la sostiene y que somete violentamente a quienes designa de forma forzosa como sostenedoras de la vida.
La cultura dominante no reconoce que la especie humana vive encarnada en cuerpos que son vulnerables y finitos. Cuerpos que hay que cuidar a lo largo de toda su existencia, y de forma más intensa en algunos momentos del ciclo vital. Cada ser humano, individualmente, no puede sobrevivir si no recibe una atención que garantice la satisfacción de las necesidades básicas. En las sociedades patriarcales, quienes mayoritariamente realizan esas tareas son mujeres, no porque sean las únicas capaces de hacerlo, sino porque la división sexual del trabajo impone su realización a través de diversos mecanismos: la socialización, las nociones del deber o de sacrificio vinculado al amor o simplemente el miedo.
Pero además, la vida humana se inserta en un medio natural, al que pertenece y con el que interactúa para obtener lo necesario para mantener las condiciones de existencia. Este medio natural tiene límites físicos e impone constricciones que chocan frontalmente con la dinámica expansiva del capitalismo.
Ningún ser humano puede vivir sin esa interacción con la naturaleza o sin recibir cuidado. Sin embargo, la sociedad occidental se ha construido sobre una peligrosa fantasía: la de que los seres humanos, gracias a su capacidad de razonar y conocer, pueden vivir ajenos a la organización y límites de la naturaleza y a las necesidades derivadas de tener cuerpo.
Solo unos cuantos individuos – mayoritariamente hombres - pueden vivir como si flotasen por encima de los cuerpos y de la naturaleza – y lo hacen gracias a que, en espacios ocultos a la economía y a la política, otras personas, tierras y especies, se ocupan de sostenerles con vida. Son una minoría, pero la política y la economía se han organizado como si ése fuese el sujeto universal.
Los argumentos que justificaron la movilización del 8 de marzo entraban de lleno a las raíces culturales y materiales de la crisis civilizatoria que vivimos, a la invisibilidad de la ecodependencia y la interdependencia. La huelga feminista se presentó como una nueva forma de protesta social que apelaba a todas las dimensiones que intervienen en la reproducción social.
El movimiento feminista extendió la huelga laboral y estudiantil al campo, habitualmente invisibilizado, de los cuidados, situando su centralidad y la injusticia de su reparto, así como al terreno del consumo, que junto con la producción y la obsesión por el crecimiento apuntalan un modelo insostenible e injusto. Para las mujeres, una huelga no es general si no aborda todos esos ámbitos que sostienen la reproducción social.
La huelga de mujeres obligó, también, a reflexionar y redefinir el papel de los hombres en ella y desbordó los planteamientos de algunos sindicatos que había convocado solo un paro de dos horas, a pesar de las protestas de las mujeres afiliadas.
No será fácil gestionar el éxito de una movilización que pretende un cambio en las ideas, comportamientos, actitudes que condicionan fuertemente la vida de las mujeres, y a la vez, conseguir cambios normativos, legislativos, recursos y estructuras para hacerlos.
La fuerza de la movilización tiene que verse reflejada en la fortaleza de la agenda feminista. La propuesta de esta agenda habla de otra vida para las mujeres – para las personas – justa, social y ecológicamente sostenible. Se trata de una propuesta de cambio profundo que choca de plano con las políticas patriarcales, antiecológicas, coloniales e injustas que emanan de un modelo capitalista neoliberal. El conflicto es inevitable.
Es por eso que, desde el día siguiente al 8 de marzo, el movimiento feminista ha vuelto a las asambleas, consciente de su fuerza y también de la dificultad del reto que tiene por delante y los obstáculos y resistencias que se van a producir.
Sin duda, el debate, el mantenimiento de la transversalidad y la diversidad – con toda la dificultad que siempre comporta son los pilares en los que hay que apoyarse. Los lazos políticos y afectivos que se han creado entre los cientos de mujeres, de todas las edades, que durante meses han construido esa movilización son también una garantía de continuidad.
Hay que agradecer la inteligencia, la sensibilidad y el trabajo agotador de todas las que han estado construyendo día a día el que, para mí es sin duda, el movimiento social más potente, vigoroso e internacional de los tiempos que vivimos. Sin duda, su forma de hacer política y de construir movimiento es un faro que ilumina a otros colectivos que tienen tanta dificultad para hacerlo.