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Quién dijo miedo

 
Fear

Ellos están enfermos de vivir, ellos son víctimas de una extraña enfermedad, llamada presión, llamada desilusión, llamada asco, llamada –¿me atreveré a decirlo?- MIEDO. Pero..., quién dijo miedo.

(Virgilio Piñera, Presiones y diamantes, 1967)

Según una difundida historia, el escritor Virgilio Piñera declaró su miedo en las reuniones de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional de La Habana que darían lugar a un famoso discurso. Palabras a los intelectuales enmarcó desde entonces la política cultural cubana en la doctrina "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho". La versión de aquel episodio más repetida, la más sobrecogedora, la estableció Guillermo Cabrera Infante. En esas reuniones con escritores y artistas presididas por Fidel Castro, que sucedieron a la censura de la película P.M., "... de pronto la persona más improbable, toda tímida y encogida, se levantó de su asiento y parecía que iba a darse a la fuga pero fue hasta el micrófono de las intervenciones y declaró: 'Yo quiero decir que tengo mucho miedo. No sé por qué tengo este miedo pero es todo lo que tengo que decir'".

Tal vez la cita no sea del todo exacta y esas palabras salieran a la vez del coraje de Piñera, de la memoria de Cabrera Infante y del deseo de quienes por varias décadas vuelven a invocarlas como un ensalmo. Pero se hizo verdad entre nosotros la imagen de aquel cuerpo endeble tomando la palabra para decir su miedo. Como recordaba el autor de Vidas para leerlas, Virgilio Piñera expresó lo que muchos sentían y no tenían el valor de decir públicamente. En un pequeño gesto, un par de frases, el murmullo apenas audible de inquietudes, estados de ánimo o cuchicheos se articuló como discurso público.

Imagino otro relato en el que aquel micrófono acostumbrado a discursos encendidos y ovaciones, de pronto se quedó bloqueado mientras amplificaba la palabra "miedo". En un anaquel de la biblioteca, más de cinco décadas de polvo se posaron sobre su carcasa antes de que un nuevo impulso lo invitara a salir a pocos metros de su guarida, hasta la Plaza de la Revolución. Ese día 30 de diciembre de 2014 nuestro protagonista no pudo llegar a la plaza, pero tal vez la ficción nos permita revisar ciertas relaciones entre el campo cultural y el poder político en Cuba. Seguramente otra política cultural se habría implementado en la isla si de aquellas reuniones de 1961se hubiesen producido no unas "palabras a los intelectuales" sino con ellos.

Hoy parece remoto el momento de intensa negociación en que buena parte de los escritores y artistas reunidos en la Biblioteca Nacional compartían un franco respaldo al proceso revolucionario. Como en el bolero, "del amor de ayer no queda nada...", una adhesión escasa, muy poco franca y mucho menos revolucionaria. Con las numerosas huidas al exilio o hacia las propias madrigueras, las relaciones oficiales entre la comunidad artística y el poder se sostienen hoy en una rancia burocracia cultural y unas pocas figuras, no sé si convencidas pero muy poco convincentes. A estas alturas, el campo de negociación se parece más a un tablero de posiciones congeladas, donde cada pieza conoce exactamente el lugar que le ha sido asignado y los estrechos márgenes en los que puede moverse.

Pero volvamos a esa historia del micrófono que quiso salir del contexto artístico y sonar en un espacio más público, en la mismísima Plaza. Como sabemos, ni el micro ni Tania Bruguera llegaron al supuesto "ágora" el 30 de diciembre porque ella fue detenida por fuerzas de la Seguridad del Estado. Paralelamente empezó a crecer el rumor sobre una "artista disidente". En ausencia de noticias en los medios oficiales, la visibilidad de la convocatoria y de los efectos que desencadenó se ha dado a través de blogs y diarios independientes, publicaciones del exilio, prensa internacional y redes sociales. Ante el tímido respaldo de la comunidad artística local, han sido los grupos de contra información y activismo político quienes han acompañado el largo proceso de Tania en La Habana.

Las que otros contextos reconocen como prácticas activistas, en Cuba son llamadas "disidentes". Al activista se le niega la agencia política que se podría derivar de su relación con otras experiencias o movimientos afines. La figura del disidente es señalada, desacreditada y criminalizada en gastadas operaciones de aislamiento simbólico y social. El control sobre el lenguaje ha sido celosamente ejercido por el Estado cubano, de modo que términos como "derechos humanos" han acabado convertidos en indecibles. Y el apelativo "ciudadano" ha limitado su uso a la interpelación de la policía hacia la persona a quien le solicitan los documentos o es sospechoso de delito. En esa lógica, sólo somos llamados "ciudadanos" sobre la base de cierta presunción de culpabilidad.

No sorprende entonces el reemplazo en el vocabulario oficial de activismo por disidencia. Esa noción, nos dice la Wiki, se aplicó especialmente a las purgas estalinistas a partir de los años treinta y, después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa del Este. En un ensayo sobre la disidencia soviética, encuentro esta precisión sobre el término, para el que* The New Shorter Oxford English Dictionary (1993)* introduce un nuevo significado: "Persona que abiertamente se opone a las políticas de un régimen totalitario".

Si bien me parece necesario entender la acción de Tania Bruguera en el contexto de una larga historia de relaciones entre arte y activismo, como una práctica que da prioridad a la acción social, creo que resultaría productivo ocupar también la idea de disidencia artística. Tengo la impresión de que en el contexto cubano actual los conceptos de "arte político" y "arte crítico" se entienden de manera muy laxa. Incluyen desde gestos más o menos subversivos hasta el comentario político convertido en inocuo estilo de mercado. En contraste con esa zona de seguridad con límites y transgresiones pactadas, la noción de arte disidente podría hacer visible el relativo vacío de propuestas artísticas que abiertamente confronten las políticas de un régimen totalitario. En lugar de eludir el término disidencia, cediendo a su criminalización oficial, sugiero reclamar su potencia y afirmar la radicalidad de su desacuerdo. Y de su miedo, el del intelectual, el del activista, el del ciudadano, el del exiliado. "Yo quiero decir que tengo mucho miedo".

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